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El Dolor Redentor. El Autosacrificio Prehispánico

En la Mesoamérica precolombina (1500 a.n.e.-1520 d.n.e.), el autosacrificio consistía en una sangría ritual ejecutada por el propio individuo que, por dolorosa que resultara, no debía conducir a la muerte.


Sus variaciones implicaban la combinación de diversos factores, como la cantidad de sangre derramada, la parte del cuerpo comprometida, los instrumentos empleados, el grado de dolor pretendido, la frecuencia y el ritmo de las sangrías o la práctica individual o colectiva, que en determinados contextos involucraba a todos los miembros de una comunidad, sin importar jerarquías, género o edad: desde las madres que debían extraer una gota de sangre del lóbulo de la oreja de sus bebés, hasta los reyes y los sacerdotes que se sometían a largos y extenuantes suplicios.


Si bien ahora sabemos que el autosacrificio obedecía a diferentes motivaciones, el primer objetivo era pagar, con el propio cuerpo, los beneficios recibidos o esperados.


El simple hecho de existir hace del hombre mesoamericano un deudor, por lo cual el autosacrificio constituye una fase esencial del ciclo infinito del don y el contra don, de humillación y redención, de sufrimiento y bienestar. Asimilando el vencido al vencedor y la víctima al ejecutor, el sacrificio humano —el sacrificio del otro— aparecería sólo como un sustituto del sacrificio de sí mismo.


Esta obra, que recoge hermosas imágenes de códices, estelas, tableros y murales, así como fotografías de relieves, esculturas e instrumentos empleados en las sangrías, es la primera de esta naturaleza dedicada al autosacrificio prehispánico.

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